Industrias y andanzas de un globero
Ayer me animé a cambiar la cubierta de una de las ruedas. Cada vez que tengo que realizar esta operación, un par de veces al año en el mejor de los casos, me echo a temblar. Los peores pensamientos se me pasan por la cabeza: la cubierta antigua está tan pegada que no la puedo quitar; no voy a ser capaz de colocar la nueva; la nueva no va a tubelizar ni de coña; el aire se le va a salir por…; va a estar perdiendo aire durante no sé cuántas semanas; al final voy a tener que ir al taller y confirmar mi inutilidad…
Ojalá todos estos pensamientos hubieran sido sólo de una mente pesimista y obtusa y ninguno se hubiera materializado. Pero no, si bien la cubierta antigua salió sin problema, la nueva no había manera de meterla, parecía de tres tallas menos; desmontadores, jaboncito, agua caliente, fuerza bruta… Al final un poco de todo y unos guantes lo consiguieron.
Siguiente paso: ir a la gasolinera, conseguir que el aire entre, hinche la rueda sin salirse y conseguir que talone a 4 o 5 bares de presión. A veces la vida te besa en la boca! A la tercera conseguí talonar la rueda, no podía creerlo, dos lagrimones de felicidad se me cayeron. Ya sólo quedaba, vaciar, introducir el líquido sellante en el interior, ponerle el obús a la válvula y volver a llenar con bastante presión para que la tubelización se completara. Hecho!, música celestial sonaba en mis oídos.
Pero unos de mis nefastos pensamiento se volvió a materializar: la rueda perdía aire por la unión de la válvula con la llanta. La volví a llenar, se volvía a vaciar. Me la subí a casa para velar su enfermedad, no curaba. Decidí volver a quitar la cubierta y reparar la unión desde dentro. Sorpresa! NO HABÍA COJONES DE SEPARAR LA CUBIERTA DE LA LLANTA (lease despacio y marcando los golpes silábicos) . Podéis llamarme lo que queráis, doy fe que o me cargaba la llanta o me cargaba la cubierta. Desesperado? No, lo siguiente.
Ante tal frustración llamé a uno de mis mecánicos de cabecera, y de guardia porque era domingo por la tarde noche. Esto significa que tiro la toalla y me siento como el más inútil de los aprendices de mecánico. La aceptación es lo que nos queda a los bolizas.
Francis coge el teléfono, el que me atienda y no se ría de mi me va tranquilizando. Le cuento toda la historia y me aconseja no quitar la cubierta: «llena otra vez con mucha presión la rueda y ponla con la válvula para abajo dándole golpes contra el suelo (o algo parecido) de manera que el líquido vaya tapando la fuga de aire y mañana me cuentas». La incredulidad se apodera de mi cara, suerte que por teléfono no me la ve. Por supuesto, con muy poca fe, le hice caso. Y de nuevo la vida me besa en la boca! La rueda se queda inflada, ya la presión la pierde muy despacio; la muevo, le doy golpecitos contra el suelo, la agito, la acuno, la vuelvo a llenar, parece que da resultado.
24 horas después puedo decir que lo he conseguido. Qué pasará si en medio de una ruta tengo que separar la cubierta para meter una cámara? Eso será otra historia que no me gustaría tener que contar.
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